Obesidad

Introducción

Obesidad

La obesidad puede definirse como el incremento del peso corporal por encima de un 15% del valor considerado normal, debido a un aumento de la grasa corporal. El parámetro objetivo que permite definir la existencia de obesidad es el Índice de Masa Corporal (IMC), que es el peso en kilogramos dividido entre la talla en metros al cuadrado. El IMC de una persona que pesa 80 kilos y mide 1,78 metros sería el siguiente: 80/1,782= 25,2 kilos por metro cuadrado. Aplicando esta fórmula para individuos mayores de 25 años, padecería obesidad quien tuviera un IMC similar o mayor a 30 kilogramos por metro cuadrado. No es, como puede comprobarse, el caso del ejemplo propuesto más arriba. El IMC sirve también para clasificar los grados de obesidad: en torno a 30/recomendaciones-dieteticas0 kilogramos por metro cuadrado es obesidad moderada y un IMC mayor a 40 kilogramos por metro cuadrado significa obesidad extrema. En España, la prevalencia de la obesidad, según un estudio dirigido por el doctor Javier Aranceta en 1995, fue del 13,4% en varones y mujeres con edades comprendidas entre los 25 y los 60 años. Lo preocupante es que las cifras aumentan año tras año.

Desde el punto de vista de la morbilidad (mayor riesgo de enfermedad) y mortalidad, las personas con IMC superior a 30 presentan un mayor riesgo de padecer diabetes (el exceso de peso provoca una resistencia ante la insulina y puede producirse, por tanto, una intolerancia hidrocarbonada, aunque no todos los obesos son diabéticos y viceversa), hipertensión arterial (al aumentar la masa corporal, el corazón debe bombear más sangre, por lo cual se produce un incremento en los valores de presión arterial), hiperuricemia y gota (la sobreingesta de alimentos ricos en proteínas provoca un aumento en la síntesis de ácido úrico, más aún si existe intolerancia a la glucosa), colelitiasis, hiperlipemia (niveles altos de colesterol y triglicéridos en sangre, asociados a otros factores de riesgo y no sólo a la obesidad), enfermedades respiratorias (apnea, ronquidos), problemas digestivos, problemas en la deambulación, artrosis en cadera y rodillas (coxartrosis y gonartrosis), problemas psicológicos y sociales (debido a los patrones de belleza actuales y al rechazo generalizado de la obesidad en la sociedad) y enfermedades cardiovasculares.

A la hora de considerar el riesgo cardiovascular no sólo es importante el IMC, sino también la distribución de la grasa en el organismo. Está demostrado que la distribución abdominal de la grasa es un marcador del riesgo cardiovascular más sensible que el propio IMC. Una relación o índice cintura/cadera (medidos primero a nivel umbilical y después la cadera) superior a 0,95 cm en el varón y a 0,80 cm en la mujer se asocia con un aumento en el riesgo cardiovascular y de diabetes mellitus.

Las causas más comunes de obesidad son la sobreingesta de alimentos y energía, y en menor proporción los trastornos endocrino-metabólicos (enfermedad de Cushing, Hipotiroidismo), trastornos psicológicos (bulimia nerviosa), la yatrogenia (ligada al consumo de medicamentos como los corticoides), y en obesidades extremas, los factores genéticos.

Una de las tareas que quedan por desarrollar es la preventiva. Son recomendaciones que se deben hacer a la población general desde las escuelas, medios de comunicación e instituciones sanitarias. Abarcan toda una serie de indicaciones que deberían ser asumidas por la población: disminución del consumo de grasas saturadas, aumento en el consumo de fibra, moderación en la ingesta de azúcar, alcohol y sal, etc.).

El segundo planteamiento deberá ser realizado a nivel individual, teniendo presente que la obesidad es una enfermedad crónica y que debe ser tratada como tal. Para el éxito del tratamiento, dependiendo de cada caso, puede ser necesario contar con la colaboración del médico de familia, dietista, especialista en endocrinología, psicólogos, etc., pero es preciso señalar de forma inequívoca que el tratamiento inicial de la obesidad deberá correr a cargo del médico de familia y de un dietista.